miércoles, 19 de febrero de 2014

NO PUEDO MÁS

NO PUEDO MÁS
Hace muchísimos años, cuando estaba aún en el colegio de primaria, conocí el amor. Conocí el amor inocente que se pueden tener dos colegiales, ese amor que no sabes interpretar, que encubres con insultos y bromas pesadas.

Así transcurrió nuestra infancia, la mía y la de Sami, entre peleas, empujones y miradas de soslayo, con miles de mariposas revoloteando nuestro estómago cuando nos rozábamos en la pelea.

Pasaron los años de infancia y llegó el momento de ir al instituto. Eso suponía separarnos, ya no nos veríamos cada día.

Sami estaba cada vez mas triste y yo lo veía en la distancia. Acercarme a él sería como decirle que me gustaba y eso no lo podía permitir, ya que me moriría de vergüenza, o eso pensaba yo en aquel entonces.

Al poco tiempo de empezar al instituto, en el autobús de la mañana, Sami vino directo a mí, se sentó a mi lado y se quedó mudo durante un par de minutos mientras se frotaba las manos, temblaba. Yo me quedé mirándolo y no pude reprimir el instinto y puse mi mano encima de las suyas para intentar calmarlo. En ese momento se giró y me miró a los ojos y solo dijo: “No puedo más”. Supe que quería decir al instante ya que yo estaba igual que el. Nos quedamos todo el camino hasta el instituto así, cogidos de las manos y sin decir ni una palabra.

Ese fue el inicio de nuestra relación, aunque teníamos 14 años recién cumplidos y los dos aparte de inexpertos éramos tremendamente vergonzosos, pero a nosotros simplemente con estar juntos nos bastaba para ser felices. Al poco tiempo de eso, nuestro círculo de amigos se enteró de nuestra “relación” y empezaron los problemas. Los chicos se empezaron a meter con Sami y a avergonzarlo. Él, que ya entonces era mas débil emocionalmente, se dejó arrastrar por todas aquellas estupideces y poco a poco se fue alejando de mi, hasta tal punto que dejó de hablarme de un día para otro.

A partir de ese momento nuestras vidas fueron cada vez mas tristes, nos encontrábamos por los pasillos del instituto y nos mirábamos pero nada mas. A los dos años conseguí que mis padres me llevaran a otro instituto y aunque vivíamos cerca ya no tendría la obligación de verlo cada día.

Pasaron los años, yo terminé mis estudios y la carrera lejos de casa. Al volver con 24 años me reencontré con un antiguo compañero de clase y empezamos una relación. A Sami lo veía de vez en cuando por el pueblo, con amigos. Las miradas entre nosotros seguían igual que hacía ya 8 años… pero nada mas, yo lo dejé como un bonito recuerdo del pasado y seguí con mi vida.

Me casé con aquel chico a los dos años. Las cosas no fueron bien y a los cuatro años nos divorciamos. Yo seguí con mi vida, mi trabajo y mi familia. De vez en cuando me tropezaba por las calles del pueblo con Sami y las miradas continuaban… Supongo que teníamos una conversación pendiente.

Al año de separarme, una tarde de verano recibí en mi casa una visita inesperadísima. Era la madre de Sami que venía desconsolada a hablar conmigo. Hice entrar a Lola a casa y después de que se calmara consiguió empezar a contarme que su hijo estaba en el hospital y que había intentado quitarse la vida. En ese momento a mi me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y tuve que hacer un esfuerzo tremendo para no ponerme a llorar. Yo no sabía que decir, ya que no tenía ni idea de por qué aquella mujer había venido a mi casa para contarme algo así. Le pregunté que qué podía hacer por ella y ella en ese momento sacó un sobre del bolso en el que ponía mi nombre. La carta estaba cerrada y la mujer me dijo que era para mí y que por favor la leyera. En aquel momento era yo la que temblaba como un flan, empecé a leer. La carta empezaba con “ Hola Marina, sé que nunca leerás esto”. Leí aquella carta, donde Sami describía toda nuestra relación, todos sus sentimientos desde los 10 años de edad, todas las vivencias… incluso las que sentía cuando me veía por la calle del pueblo, lo que sintió el día que me casé… Aquella carta era inmensa y cargada de amor, un amor tan puro que al leerla yo no podía dejar de llorar de forma desconsolada, la madre de Sami me miraba con asombro. La carta terminaba con “Ya no puedo mas”. “Te quiero”.

Al terminar de leerla le dije a la madre que tenía que verle. Ella se alegró y nos pusimos en marcha hacia el hospital, por el camino su madre me fue contando lo que había pasado. Se había tomado una gran cantidad de antidepresivos, los cuales tomaba hacía tiempo.

Llegué al hospital y le pedí a su madre poder entrar a solas y así lo hice. Cuando entre en la habitación estaba dormido, me quedé de pie al lado de la cama mirándolo y me di cuenta que yo también seguía amándolo. Estuve un buen rato esperando y al fin despertó. Se quedó mirándome fijamente, no sabía que veía, realmente pensaba que estaba soñando. Me acerqué a él y le cogí la mano. Mirándole a los ojos le dije hola y le sonreí. Él me sonrió y le empezaron a caer lágrimas. Empezamos a hablar, el solo me preguntaba que por qué estaba ahí, no entendía que había pasado. Yo solo le pude contestar que estaba ahí porque le quería y que no pensara mas en nada. Entonces me acerqué y le besé, nos dimos el beso mas dulce que pueda recordar. Entre lágrimas, temblores y risas nerviosas, el me dijo “no te separes de mí nunca mas”.

A partir de ese momento, Sami y yo hemos estado juntos. No nos hemos separado ni un solo día, nos amamos con locura y en poquito tiempo vamos a ser papás.

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